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Con las Alas de Paloma

Una lectura crítica de “Las Aventuras de Paloma por el Perú”, de Yenny Delgado

Gregory Bardales Pereyra

Gregory Bardales Pereyra

Publicado: 2016-09-27

Luego de leer “Las Aventuras de Paloma por el Perú”, no he podido evitar sentirme fuertemente tentado a reformular el slogan de una muy conocida bebida energizante y afirmar sin temor a equivocarme que “la lectura te da alas”. En efecto, frente a la cruda realidad que no se cansa de cercarnos, de constreñirnos y limitarnos, la lectura nos posibilita ir más allá de esos linderos, ampliar nuestra mirada, romper nuestras ataduras y explorar nuevos mundos; en breve, esta historia es una persistente invitación a ser libres con los libros, en ellos encontramos nuestras alas.

Lógicamente, las alas de Paloma no se comprenden sin las alas de su autora: Yenny Delgado; ambas se parecen muchísimo. Yenny también es dueña de un espíritu libre, que no entiende de fronteras, ni para los territorios ni para los sueños; de ahí que desde el comienzo no tenga reparos en convencernos de que otro mundo puede ser posible, con todos los riesgos que conlleva atreverse a producir un relato como éste.

En primer lugar, es la historia de una niña mestiza; en un mundo donde los protagonistas suelen ser varones y blancos, es siempre saludable que la literatura se yerga como un relato alternativo contrahegemónico, que ponga de relieve las historias de esos otros actores sociales, invisibilizados por el discurso histórico oficial. En segundo lugar, a la niña le gusta leer, lo cual es poco común en un país con un alarmante déficit de lectura, no sólo entre niños y niñas, sino especialmente entre los adultos, cuyos hábitos terminan marcando la pauta en el seno familiar.

En tercer lugar, en un mundo donde cada vez nos es más complicado ser felices, Paloma es una niña feliz, de eso no cabe la menor duda: todo el tiempo está sonriendo, tiene a papá y a mamá que la escuchan y se alegran con ella, e incluso su colegio se llama “La Alegría”; ella y su familia viven en un cerro en la periferia de Lima, pero ese no es motivo para sucumbir a la tristeza, todo lo contrario, en ella siempre encontramos una buena dosis de optimismo. Finalmente, los niños que se encuentra a su paso muestran un nivel bastante desarrollado de conciencia sobre el cuidado del medio ambiente, al asumir con entusiasmo la limpieza de la playa y la plaza del pueblo; en fin, Yenny cree en que este mundo soñado puede ser posible y yo no puedo hacer más que acompañarla en ese sueño, aun cuando más de uno podría tener la impresión de estar frente a un mundo idílico, demasiado edulcorado.

En particular, existe un momento clave en la historia que la termina salvando de caer en el exceso de azúcar: cuando su autora se atreve a poner los reflectores sobre los serios problemas que ocasiona el extractivismo en la Amazonía. Es la única ocasión en la cual la sonrisa a flor de labios de Paloma se transforma en un rictus de sorpresa, pero es suficiente para dejar establecido el necesario correlato entre el mundo ideal con el que soñamos y la dura realidad que nos consterna, amenaza, golpea y, eventualmente, aniquila; en suma, no hay utopía sin una realidad que requiera ser transformada con urgencia.

Pero precisamente por ello, se deja extrañar que la sorpresa de Paloma frente a esta realidad concreta no se traduzca en una mínima declaración crítica contra los perpetradores de semejante abuso. A diferencia de otras ocasiones en las cuales Paloma desciende a dialogar con los actores, esta vez se mantiene en los aires y únicamente dialoga con las aves, como si quisiera guardar prudente distancia de lo terrible que está ocurriendo allá abajo.

Paloma evita involucrarse y prefiere mantenerse a buen recaudo en un nuevo escenario utópico, donde la naturaleza todavía no ha sido mancillada, los niños amazónicos viven en armonía con el medio ambiente y no se advierte ningún peligro a la vista, aun cuando el peligro sea inminente como ya había sido hecho manifiesto en la escena anterior. Es cierto que se abraza a un gran árbol y desea que éste viva muchos años, pero más allá de este deseo, no encontramos ninguna acción concreta que nos permita luchar contra la realidad devastadora y transitar hacia la utopía soñada.

Más sintomático aún resulta que, al contarles a sus padres de sus aventuras, pasa por alto el ingrato episodio que la confrontó con la tala indiscriminada de bosques, contaminación de los ríos y el desplazamiento forzado de comunidades, como si quisiera olvidar esa escena traumática; así, el discurso final termina siendo que todo en el Perú es hermosísimo, aun cuando el propio relato se ha encargado de desmentirlo.

En mi opinión, ésta constituye la gran deuda de “Las Aventuras de Paloma por el Perú”: aunque sueña con un mundo mejor y desea fervientemente su consumación, su protagonista no toma parte activa en la transformación de la realidad; incluso desaprovecha la inmejorable oportunidad de colaborar con los niños y las niñas que se hallan comprometidos en las jornadas cívicas en favor del medioambiente; es cierto que los felicita y alienta, pero muy pronto vuelve a levantar el vuelo, dejando en claro la urgencia por seguir viajando y seguir conociendo, como en un plan meramente turístico; si éste resulta siendo el leit motiv de la historia, el acto de conocer pierde su radical filo transformador y corre el riesgo de convertirse en una práctica hedonista más. He aquí la delgada capa de hielo por la que debería evitar caminar su autora en las anunciadas futuras ediciones de “Las Aventuras de Paloma”.

Hay que decir, sin embargo, que el libro de Yenny Delgado forma parte de un proyecto mayor en el cual podemos apreciar sinceros esfuerzos por introducir cambios significativos en la realidad, a través de la promoción de programas educativos entre los niños y las niñas más vulnerables; de ahí que esté fuera de toda duda su vocación por participar activamente de iniciativas concretas para transformar la sociedad en que vivimos. Pero por lo mismo, es necesario reivindicar en el terreno textual el compromiso asumido el ámbito extratextual.

Alguien podría objetar que Paloma es sólo una niña y, por lo tanto, no podemos pedirle demasiado; pero, basta con verla cruzar los aires con sus alas vigorosas o lucir su pluma mágica al final del texto, para saber que no estamos frente a una niña cualquiera y que está plenamente justificada nuestra expectativa por una mayor cuota de excepcionalidad en ella, que le permita dejar su huella y marcar la diferencia en los lugares y en las personas que va conociendo.

Con todo, el desafío que nos plantea Paloma es insoslayable, contundente y legítimo: no hay excusa que valga para vivir siempre al ras del suelo, resignados a nacer y morir en los confines de nuestra comarca; por eso, yo ya me conseguí un par de buenas alas. ¿Y tú, ya tienes las tuyas?


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